El pasado 21 de febrero de 2018, el Ateneo Socio Cultural de Laguna de Duero, organizó un nuevo acto cultural en el que participó el profesor de educación de adultos en Laguna, Javier Palomar.
Disertó durante una larga hora sobre los avatares históricos de nuestro municipio a lo largo de los siglos, y lo acontecido en los últimos años.
El mejor resumen que podemos hacer al respecto, es el texto escrito por el mismo Javier, explicativo de lo expuesto en aquel acto:
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«Un día cualquiera, en torno al año mil antes de Cristo, un clan familiar llega a las inmediaciones de la gran charca buscando nuevo asentamiento para vivir. Alcanzan la breve elevación del cerro del Villar. Desde allí, observan el panorama: una extensa lámina de aguas salitrosas poblada de juncos y aneas; y hacia el sur, una enorme mancha verde de pinos y encinas, atravesada por el Duero. El clan decide que aquel es un buen sitio para quedarse a vivir, y se asientan en el pago de los Alamares, en los bordes plagados de salmueras cristalizadas de la charca. Desconocen aún que aquellas salmueras se convertirán en su medio de vida .
Algunos cientos de años después, aquel clan ha crecido con nuevas familias. Ahora asentadas en torno al cerro del Villar. Las salmueras de la charca se han convertido en su principal recurso. Las gentes del poblado se afanan en verano aprovechando la evaporación de las aguas salinas en pequeñas balsas. La demanda de sal de la comarca mantiene activos a los laguneros también tras el verano: varios hornos mantienen en efervescencia numerosos recipientes de barro llenos de salmuera, produciendo lustrosas tortas de sal, con las que mercadean las gentes del Villar ganándose sobradamente la vida.
Laguna ha encontrado un medio de vida y prosperidad.
Pero aquel medio de vida no tiene futuro. Los reyes medievales se encargarán de confiscarlo. La sal será declarada bien privativo de la monarquía, y será arrancada de las manos campesinas, terminando en manos foráneas para cumplir los compromisos piadosos reales: las monjas clarisas de Tordesillas se encontrarán así con los derechos de explotación.
Laguna ha perdido su medio de vida. Los campesinos miran ahora a la tierra. Pero el régimen feudal impide que la tierra sea un medio solvente para el progreso. Los diezmos, las primicias, las alcabalas…: cualquier excedente agrario es esquilmado por curas y nobles. La cilla de la calle de las Tercias se muestra rebosante con los tributos arrancados a los campesinos a cada cosecha.
Sin sal, y sin los frutos de la madre tierra, a Laguna se le presenta la ocasión de vivir de los frutos del espíritu. Laguna pudo ser un centro de peregrinación. Un humilde fraile franciscano despertó la piedad y el fervor católico de los reyes. El convento del Abrojo se convierte en objeto de culto de trastámaras y austrias. Laguna recibe privilegios reales. Pero el cuerpo de San Pedro Regalado descansará en la Aguilera, lo que privará a Laguna de convertirse en depositaria de los huesos del santo castellano más venerado y santuario de la devoción vallisoletana.
La rutina de los siglos pasa con pena y ninguna gloria
Declina el XIX. Y por fin, una nueva promesa de desarrollo: El Canal del Duero, y su acequia. Las tierras de Laguna se convierten en un vergel recorrido por innumerables almorrones. La huerta lagunera es la nueva prosperidad. El hortelano de Laguna se convierte en proveedor de verduras frescas de la capital. La caravana diaria de carros hortelanos camino del Campillo es un estampa lagunera que perdura hasta los setenta.
Pero un mundo en transformación exigía más. La industria daba alas al progreso. Y Laguna no supo, o no quiso subirse al tren que pasaba por su puerta. Laguna pudo ser un centro agroindustrial. Pero aquel tren pasó de largo y recaló en otros lugares…
Lo que Laguna no encuentra en el campo, lo busca en su laguna.
La promesa de desarrollo auspiciada por la línea de Ariza languidece y entra en vía muerta. La pujanza hortícola que llegó por el canal del Duero no encontró la contrapartida necesaria para un auténtico desarrollo. La ausencia de iniciativas empresariales para crear una industria agroalimentaria cerró esa vía de crecimiento. Así, la prosperidad que la huerta no le da, se la dará a la postre la gran charca de aguas insalubres.
A finales de los sesenta, se fragua la futura expansión de la personal burbuja de Laguna . La gran charca se convierte, repentinamente, en objeto codiciado por promotoras inmobiliarias foráneas. Algo por lo que ningún lagunero daría un ochavo, un foco infeccioso, fábrica masiva de mosquitos, batracios repelentes y tencas moribundas, se ofrece ahora como el gran motor de progreso de la localidad. El municipio se embolsó en aquella operación 100 millones.( Los presupuestos municipales de entonces rondaban los 5 millones anuales). El equipo de gobierno aprovechó para realizar la segunda y definitiva desecación y traer el alcantarillado, la potabilización de las aguas y pavimentación de las calles. La promotora sentó sus grúas en los antiguos humedales y se dispuso a construir viviendas para 5.000 nuevos vecinos, más de los que ya vivían en el pueblo.
Operación impecable. Los vecinos, todos contentos, si no fuera porque algunas voces notables se harían oír. El propio Félix Rodríguez de la Fuente alzó su voz para defender la laguna. Ya era tarde; la decisión era irreversible. Ni el propio ejemplo de José Antonio Valverde, ilustre vallisoletano que había parado el proyecto de desecación de las marismas de Doñana, artífice de su conversión en parque nacional, fue capaz de impedir el drenaje de una laguna que Valverde conocía perfectamente, pues fue en nuestro municipio donde realizó sus primeros paseos como naturalista, cuaderno de notas en ristre.
La voz oficial del municipio, “Nuevo Laguna”, lanzó vituperios contra aquellos naturalistas que ponían a los patos y tencas por encima de las personas.
Laguna, finalmente, perdió la ocasión de convertirse en un espacio natural protegido. Un oasis para naturalistas de toda condición. Aquel espacio, ya en los últimos tiempos, había quedado a merced de cazadores compulsivos que, al menos, una vez al año, tenían “tarifa plana” para matar ánades sin límite en un desaforado festival de tiros. Quedan para los anales las “proezas” de cazadores que se llevaba a casa cerca de 100 azulones en una jornada.
La incapacidad para hacer compatible naturaleza y desarrollo nos abocó a mero barrio suburbial de la capital. Quedamos en el punto de mira de los mercaderes del ladrillo. Durante varias décadas fuimos campo inmobiliario abonado y fructífero. Torrelago fue punta de lanza de aquel nuevo progreso. Nuestras autoridades se dejaron querer, alborozadas con aquel maná de cemento. El ladrillo ofrecía suculentos ingresos en licencias de obras.
Llegaron entonces las negociaciones con la Universidad. La laguna desecada ofrecía disponibilidad urbanística para todos los proyectos que pudieran llegar.
El Prado Boyal entraba en las negociaciones entre alcalde y rector de la Universidad de cara al futuro campus universitario vallisoletano. Eran tiempos de euforia, de logros notables para el consistorio lagunero. En la navidad del 1972, recién drenada la laguna, el alcalde anunciaba: “Las conversaciones con el señor Rector Magnífico de la Universidad de Valladolid han llegado a un feliz término, siendo previsible que en el año de 1973 tengamos muchas y gratas sorpresas”. Se desconoce dónde se truncaron aquellos acuerdos, pero se diluyeron coincidiendo con la concesión de la Escuela de Arquitectura a la Universidad de Valladolid que otros intereses más convincentes ubicaron finalmente en la Huerta del Rey. Laguna pudo ser ciudad universitaria, cambiando la sal de sus humedales por la cultura de aulas eminentes; pero aquella idea, apenas acariciada quedó en mera ensoñación imposible.
Laguna caminaría definitivamente por el sendero ramplón del crecimiento urbanístico para servir como barrio residencial donde alojar a la creciente mano de obra capitalina. Frustrado el camino de la cultura, las fuerzas inmobiliarias camparon con paso firme hasta un próximo hito, donde a Laguna se le presentaba una nueva encrucijada: Laguna ciudad del ocio?.
Pero eso ya es otra historia.»