
Manuel Merino
El pasado mes de noviembre, como todos los años, se celebraron las Justas Poéticas en Laguna. Manuel Merino ganó el premio local de poesía y Alberto Infante el de relato. Han pasado unos meses y, una vez que las palabras han reposado, quedamos con ellos para hablar de poesía, literatura y de todo lo que vaya surgiendo.
Nos juntamos en el Restaurante El Prado. A continuación reproducimos la conversación que mantuvimos con Manuel, y dentro de unos días traeremos a la Fragua los diálogos con Alberto Infante.
Manuel Merino nació en El Real sitio del Pardo, Madrid, en agosto del año 1927. Por lo tanto, cuando llegue el mes dedicado al emperador Augusto cumplirá 89 años.
Manuel estudió medicina, carrera que no llegó a terminar porque el fallecimiento de su padre le hizo interrumpir sus estudios. A ello se unió que, cuando vivía en Valladolid, tuvo la oportunidad de realizar el examen de Estado y el de practicante. Los aprobó y ya comenzó a trabajar.
Antes de sedentarizarse en Valladolid, Manuel fue nómada. Su padre era militar, por lo que Manuel y su familia no tuvieron una residencia fija. De Madrid a Pamplona, de la capital navarra a Zaragoza. Quizás sus idas y venidas con su familia forjaron el espíritu inquieto y rebelde del que todavía hace gala. En la capital aragonesa pasó los años de bachiller, los que dice, esbozando una sonrisa: fueron los mejores.
Si en lo personal se empapó de la esencia de las distintas ciudades en las que residió, en lo laboral disfrutó de distintas experiencias que también contribuyeron a modelar su personalidad. Ejerció como practicante, trabajó en la antigua SAVA (ahora IVECO), donde le contrataron como practicante de la empresa y para hacer las analíticas. Compaginó el trabajo en la empresa de automóviles con el de podólogo, tanto en la calle Montero Calvo como en Torrelago, y con un empleo en el colegio de abogados. Más tarde dejó estos trabajos para ocupar una plaza en Seguridad Social. Del trabajo en SAVA recuerda con cariño a Francisco Scrimieri, responsable de la empresa, y cónsul de Italia en Valladolid. Alguna de sus poesías, dice, la dedicó a él.
Manuel y su mujer criaron seis hijos. Por ello, hubo un momento que necesitaban una casa más grande. Ese fue el motivo de que se afincaran en Laguna. Nos cuenta que estuvieron mirando casas en Viana, pero al final a su familia le convencieron más los pisos de Torrelago, ya que podían disfrutar del Club Social. Un millón trescientas mil pesetas dice que le costó.
Manuel relata que ha vivido momentos de todo tipo. De éxito y de fracaso. Pero como resumen de su vida sentencia: “no me arrepiento de nada. He sido feliz”.
Nos cuenta, orgulloso, que el día antes de la conversación, le llamó un amigo, Catedrático de Derecho Mercantil, premio extraordinario de carrera, y aficionado a la grafología, y le dijo: “Manolo, he recibido tu felicitación, y al analizar la letra, me has dado una envidia … , yo quisiera ser como tú, qué optimismo, toda tu escritura es buena, no tienes nada escondido”.
Seguimos hablando de los años en los que Manuel estudiaba. Transitamos del recuerdo de una época en la que se entremezclaba el olor a tinta, y a bocadillo cuando se abrían los pupitres, a la realidad de la educación actual. Manuel no entiende por qué ahora los niños llevan tantos deberes a casa. “En mi época el profesor se quedaba una hora más para que hiciéramos los deberes en clase, y luego te ibas libre a casa. En cambio, mi nieta trae muchos deberes ¿No podrían realizar los deberes en clase aunque se tuvieran que quedar una hora más?”
Manuel también habla del respeto y de la autoridad del profesor. Dice que en parte se ha perdido, y que el profesor no puede ser un amigo, debe guardar distancia.

Tomás Bragado y Manuel Merino en un momento de la conversación
Nos habla se sus materias preferidas. Comenta, que se le daban mejor las ciencias que las letras. Incluso, paradojas de la vida, señala que nunca le ha gustado mucho la rima ni la métrica, pero añade que la poesía le ayudaba mucho con sus profesores de lengua cuando no había estudiado: “Me pasé el día escribiendo poesía, escribiendo un soneto y no me dio tiempo”, dice que ponía por excusa.
En ese momento la conversación se introduce en su escritura, en la poesía, y en los temas que más le inspiran: “cuando reflexiono, siempre pienso en cómo podría decir lo mismo de un modo más bonito. De la prosa me importa la sencillez, pero cuando hago poesía lo que me gusta es la belleza. A veces, me levanto de la cama a las tres de la mañana, y si se le ocurre alguna idea voy al despacho y la escribo, para evitar que al día siguiente se me haya olvidado. La naturaleza, las vivencias de la gente son los temas que más me estimulan”.
Volvemos a sus recuerdos de juventud. Nos habla de su amigo Vicente Santos, hijo de los antiguos dueños de Plásticos Santos (tienda ubicada en el Centro de Valladolid). Y le vienen al presente las divertidas tardes que pasaban juntos con el resto de pandilla. Dice que tenían un lema: “Nullum diem praetermittentis fémina” (ningún día sin estar con chavalas). Y entre risas, nos dice: “y lo mejor es que lo cumplíamos”.
Ahora que está presente el fenómeno de Podemos, él nos cuenta que cuando era joven también participó en “círculos”, pero de poesía. “Con mis amigos participábamos en un círculo que llamaba El Marqués de Santillana. Allí leíamos poesía y nos la corregíamos unos a otros. Yo solo iba como oyente, pero entonces ya escribía”.

Manuel Merino
Manuel nos cuenta que lee poca poesía. “Por curiosidad me acerqué a Becker, Espronceda, Alberti, Lorca, …”. Manuel tiene un libro de poesía publicado: “Balcones interiores”, y ya piensa en el segundo. Recientemente ha contactado con él la editorial con la que editó el primero.
En su currículum escribe sobre su libro “Balcones interiores” lo siguiente:
“El libro se repartía en tres facetas, Balcones a la Vida, Balcones a Ella y Balcones a Dios. Tuve la osadía, en este libro, de criticar con demasiada vehemencia a la Iglesia Católica, por lo que ya, posteriormente, al sentirme muy inquieto, mandé un ejemplar y mi solicitud de perdón al Papa Francisco, que me manifestó la recepción de mi libro, no me echó bronca alguna y me transmitió su Bendición para mí y toda mi familia”.
En la tertulia nos habla sobre esa anécdota con el Papa, y la conversación gira hacia la Fe y la iglesia: “en el último libro que escribí me meto con la iglesia, y eso que soy católico y practicante. Quienes creemos en Dios vivimos más tranquilos. No me preocupa lo que pase después, ya que si un día me muero, y no hay Dios, no me iba a enterar”.
Y sigue reflexionando en voz alta: “No me parece justo que unos vengan a la tierra para vivir como Bárcenas y otros como los refugiados. Por eso creo que sería injusto que no existiera Dios y no se compensasen los sufrimientos en este mundo”.
Los últimos momentos de la tertulia giran sobre Laguna de Duero ¿Y cómo ve la actualidad de Laguna?, preguntamos.
“He vivido cómo evolucionó durante una temporada, pero también cómo luego se paró. Lo digo en todos los sentidos. Echo de menos más actividad cultural”. Y vuelve la vista atrás, y nos da su versión sobre la mala publicidad que se dio a los pisos de Torrelago, con el objeto de favorecer a los de Parquesol o a los de otras zonas. Se lamenta de que entonces Laguna perdió su oportunidad de desarrollo.
Y termina diciendo: “Ahora los ciudadanos han elegido a este chico (se refiere a Román) que parece buen persona. Ójala el pueblo mejore”.
Pero quedémonos con Manuel a través de su poesía.

Manuel Merino y Alberto Infante. Galardonados con los dos premios locales en las Justas Poéticas

Manuel Merino