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Autora: Montserrat Sanz García
La paternidad/maternidad en muchas ocasiones es vivida con angustia y preocupación. Cada vez recibimos más mensajes de todas partes y ámbitos, sobre lo que es adecuado o no hacer con la educación de nuestros hijos.
Es cierto que vivimos una época mucho más compleja que la que vivieron nuestros padres y abuelos, y que son muchos más los riesgos, las posibilidades y las influencias que tenemos alrededor de nuestros hijos y de nosotros mismos. También es cierto que los roles han cambiado dentro de las familias y todo ello hace que nos encontremos en una especie de “batiburrillo” socio-ideológico-ético que desequilibra nuestras acciones. Sin embargo hay valores esenciales que son inmutables independientemente del momento histórico-social por el que pasemos y es en ellos en los que tenemos que centrar nuestros objetivos educativos.
Que nuestros hijos sepan adaptarse a las circunstancias, que aprendan de su experiencia y de la de los demás, que sean solidarios, equilibrados, responsables, coherentes…Todas ellas son “virtudes” que deseamos para ellos y que son imprescindibles si queremos que estén preparados para vivir en el mundo que les ha tocado.
Para ello el primer paso es tener claro cual es el objetivo porque a partir de ello tendremos una actitud coherente y los comportamientos aparecerán de forma espontanea.
En muchos de los talleres para padres que vengo impartiendo muchos de ellos me dicen que “es que la teoría es muy fácil pero que ponerlo en la práctica es otro cantar”. Cuando trabajamos más sobre éste aspecto lo que nos encontramos es una tremenda inseguridad en los padres sobre su papel educador y cómo desarrollarlo. Cuando se les ofrece herramientas que reafirman su autoestima como padres y la seguridad en las decisiones que toman, su percepción del asunto cambia y también sus capacidades para manejarlo.
Los padres por el mero hecho de serlo tienen el derecho y la obligación de ejercer la autoridad sobre sus hijos. Esta autoridad viene dada; pero se pierde, se fomenta o se gana dependiendo del prestigio que tengamos ante los hijos. Cuando nos mostramos incoherentes con nuestros límites y normas (“hoy te dejo, mañana no”), cuando perciben que no nos interesamos por ellos y sus cosas, que no les escuchamos, que solo vemos en ellos lo negativo y poco lo positivo que sin duda tienen, acabamos convirtiéndonos en estímulos negativos para ellos y nuestra relación paterno-filial estará deteriorada para siempre. Perdemos nuestro prestigio y con ello nuestra autoridad. Los hijos permanecerán a nuestro lado por necesidad, interés u obligación pero no porque se sientan gratificados por nuestra compañía.
En pocos días llegan las vacaciones escolares de verano. Una época de oportunidad para aprovechar a restaurar esos vínculos perdidos o para resquebrajarlos un poco más. Es cierto que las obligaciones laborales de los padres hacen difícil conciliar el trabajo con tener más tiempo para los hijos. Pero no se trata de cantidad sino de calidad. De poco le sirve al crío que su padre o madre estén con él en casa, si no le prestan atención, si le hacen sentir como una carga o le postergan constantemente en pro de sus propias necesidades e intereses. Seamos conscientes de que nuestro hijo no necesita que estemos 24 h con él. De hecho ni es positivo ni deseable. Pero sí necesita que la hora que estemos con él, estemos “presentes”. Hacer alguna actividad en la que se sienta protagonista, escuchar sus “historias”, hacerle partícipe de las nuestras, mirarle a los ojos, darnos cuenta de su valía y de sus defectos corregibles…Todo esto es lo que debemos ofrecerle. Si además podemos dedicarle más tiempo, mejor que mejor.
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