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Autora: Montserrat Sanz

Nunca ninguna especie ha tenido comportamientos que lleven a su extinción de forma activa.
La naturaleza que nos rodea nos resulta imprescindible.
Podremos decir que son unos pocos pirómanos, pero somos cómplices de ello.
Estamos destruyendo el futuro de las generaciones que nos seguirán.
En estos últimos días estamos presenciando cómo parte del medio en que vivimos se está destruyendo de forma inexorable y dramática, mayor aún porque la causa es la mano del hombre.
Nunca ninguna especie ha tenido comportamientos que lleven a su extinción de forma activa, excepto, al parecer, el ser humano.
Lo creamos o no; nos guste más o menos, la naturaleza que nos rodea y en la que nacemos, nos desarrollamos y vivimos, nos resulta imprescindible. Y la relación entre este entorno y cada uno de nosotros es tan estrecha que nuestra calidad de vida depende directamente del estado del medio.
Cada día distintos estudios e investigaciones demuestran de forma científica cómo los vertidos tóxicos que se realizan en las aguas y llegan al mar pasan a la cadena alimenticia a través del pescado, el marisco y demás productos que nos sirven de alimento. Los antibióticos que ingerimos al comer carne nos están convirtiendo en pasto para virus e infecciones a las que no podemos combatir por la resistencia generada. Los pesticidas y demás productos químicos utilizados en la agricultura aparecen en analíticas infantiles y también en un alimento tan poco manipulado por el hombre como es la miel.
Y por si esto fuera poco decidimos quemar lo que nos rodea.

«Elk Bath» – Un incendio forestal en el Bosque Nacional Bitterroot en Montana, Estados Unidos Fecha 6 de agosto de 2000 Fuente tomada por John McColgan, empleado como analista de comportamiento de fuego en el Servicio Forestal, una agencia del Departamento de Agricultura de EE. UU. By John McColgan – taken by John McColgan, employed as a fire behavior analyst at the Forest Service, an agency of the U.S. Department of Agriculture.
Podremos decir que son unos pocos pirómanos y que nosotros no estamos de acuerdo con lo ocurrido, pero somos cómplices de ello. Somos cómplices cuando dejamos basura en el monte, cuando no respetamos zonas de cría, cuando perseguimos a un osezno para hacernos un selfie, cuando tiramos una colilla sin apagar porque… ¿qué va a pasar?. Pues pasa que destruimos nuestros pulmones verdes, que esos terrenos no son fácilmente recuperables porque se destruyen los nutrientes del terreno que quedan indefensos ante el arrastre de las lluvias, que los gases de la combustión son tóxicos para cualquier ser vivo incluido el hombre… Y pasa que estamos destruyendo el futuro de las generaciones que nos seguirán.
Cuando seamos capaces de dejar de considerarnos el ombligo del mundo y nos veamos como somos en realidad -un pequeño grano de arena en la gran playa del universo-, quizá cambié nuestra actitud y seamos conscientes de que con cada uno de los actos que llevamos a cabo como individuos podemos determinar a dónde vamos como especie.
Uno de los instintos de cualquier ser vivo es el instinto de conservación: ese que garantiza que velemos por nuestra integridad física como parte del plan de conservación de cada especie. Parece que lo hemos perdido a la vista de la deriva de los acontecimientos. Esperemos que cuando “nos caigamos del guindo” no sea demasiado tarde.
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