Autor del artículo: El Gallo del Alba

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«Cuando los pollos dejan de pelearse por la comida
descubren con asombro que había suficiente para todos».
(Sissa)
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Hay veces que el pan sabe a milagro
en la mesa de quien llora el desamparo…
otras veces sabe…
a recuerdos de pueblo de horno madrugado…
a recuerdos de infancia de lumbre y familia…
a recuerdos de juego en pandilla
cambiando impresiones y cromos…
a recuerdos de bodega
donde el vino entonaba canciones graciosas…
Sí, a veces el pan tiene sabor a recuerdos…
por eso nos sería imperdonable permitir
que quienes no lo tienen
poco a poco se queden sin memoria…
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¿Cuánto pesa la vida en los hombros de quienes huyen del hambre, de la injusticia y de la guerra? ¿Cuánto pesa la vida en los hombros de quien pasa las noches a la intemperie caminando hacia ninguna parte o acampando en la miseria frente a la frontera de la incomprensión y la indiferencia? ¿Cuánto pesa la vida en las manos vacías del desahuciado? Y aunque hay veces que el pan sabe a milagro en la boca de quien llora el desamparo… La justicia, el pan de cada día, la ropa que nos cubre, el hábitat que nos cobija… y todas esas cosas que cimentan la dignidad y la libertad de las gentes, no pueden estar al albur de los milagros, de la «generosidad de los codiciosos» o del capricho de los que imponen la caza y la veda… ha de ser patrimonio legítimo y perenne de todxs y de cada unx…
El hoy se halla en una encrucijada que exige reflexión, ponderación y decisión… hay que elegir entre esperar milagros o construir de forma proactiva… ¿Podemos llamar refugiados a quienes habiendo sido echados de sus casas “a golpe de bombas”, por guerras absurdas, han sido abocados a un éxodo incierto y abandonados a la intemperie, en unas condiciones absolutamente inhumanas? No, no, no podemos llamar refugiados a gente tan injustamente tratada y tan precariamente recibida. Esa gente no es culpable de su situación, lo son quienes han provocado y fomentado las guerras que han destruido su hábitat y su forma de vida… No podemos seguir impasibles ante el desamparo que están sufriendo… y no por caridad, sino por justicia…
Añadido a lo anterior, esta pandemia, de origen tan incierto como sospechoso, que estamos atravesando, que, si para nosotros, los que tenemos pan y techo, nos resulta difícil de llevar, ¿cómo será para quienes viven en eterno desamparo a la intemperie y frente a la indiferencia de toda la gente que nos inhibimos de su situación? No sé si a través de la empatía podremos aproximarnos a lo que sienten y padecen quienes se encuentran en esas circunstancias.
Y, como no se trata de caridad, sino de justicia… ¡que paren las guerras que les arrancaron de su lugar de origen de una puta vez! Y que les devuelvan lo que las bombas les arrebataron: su hábitat, sus recursos, su pan y su paz.
Gracias por estas palabras que nos hacen pensar en los que se embarcan en miserable pateras, jugándose vida, y la de sus hijos , huyendo del hambre y la injusticia.
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Gracias a ti por leer, comentar y coincidir. Creo que es urgente la activación de planes de cooperación internacional que les ayuden a desarrollar infraestructuras y medios de vida en origen; y, sobre todo, que paren ya las guerras (¿quiénes, cómo y por qué las fomentan? Pensemos) de una puñetera vez, para que, a su vez, pare la destrucción del hábitat propio y legítimo de quienes, por causa de las mismas, se han visto obligados a huir, prácticamente con lo puesto, aventurándose en un éxodo incierto, siendo recibidos con indiferencia y «aparcados y olvidados» a la intemperie en unas condiciones tan precarias como inhumanas… y encima, en una perversión del lenguaje inexplicable, soportar el calificativo de refugiados… ¡Qué coño de refugiados! El calificativo es: AVANDONADOS A SU SUERTE… ¡DE VERGÜENZA!
¡Qué pasa, es que esa gente no tiene DERECHOS HUMANOS QUE, INEXCUSABLEMENTE, TIENEN QUE SER GARANTIZADOS! ¿Quiénes tienen las competencias y la obligación de garantizarlos? Pensemos.
Reitero las gracias.
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