Este relato ha sido galardonado con el primer premio en el XVII Concurso de Relatos Breves sobre la igualdad entre mujeres y hombres, convocado por el Ayuntamiento de Medina del Campo.
Un perro tocando el piano
Autora: Rocío Garrido

Rocío Garrido durante la entrega del premio
Había superado los exámenes de Cambridge English y trabajado como becario en el Science Park, por lo que no creía tener problemas con el idioma. Hacía un par de semanas había recibido una carta anunciándome que había sido seleccionado para realizar las pruebas de acceso a la NASA y me encontraba en Houston sentado ante un largo cuestionario de preguntas y repuestas alternativas. Eché un vistazo a mi alrededor y, al descubrirme rodeado de más de un centenar de las mejores promesas en ingeniería aeronáutica de todo el mundo, me sentí nervioso e inseguro. La distinguí sentada al fondo del aula, sin dar crédito a lo que veían mis ojos. Me froté los párpados en un acto de incredulidad, pero no había ninguna duda: era ella.
Terminé lo mejor que supe todas las preguntas y casos prácticos de aquel examen y me dispuse a reencontrarme con María después de varios años. Corrí por los pasillos hasta alcanzarla y cuando lo logré nos fundimos en un abrazo. Estaba tan guapa como siempre, con un halo de serenidad adicional que el tiempo le había otorgado.
- ¿Qué has estado haciendo hasta ahora?
- Trabajé unos meses en un proyecto de la Universidad pero se acabó pronto, así es que he estado echando curriculums.
- No puedo creerlo, fuiste la número uno de la promoción y obtuviste el doctorado con Cum Laude. Las empresas tendrían que matarse por ti.
- Pues ya ves, ironías de la vida, mis compañeros me han adelantado por la derecha.
Su padre esperaba un hijo que continuase con el negocio familiar y perpetuase el apellido, alguien que le hiciese sentirse orgulloso ante al mundo. Así es que cuando nació María se llevó una gran desilusión. Al poco tiempo se dio cuenta de su increíble capacidad y jugó con ella a estimular su intelecto, consiguiendo que a los tres años leyera por el periódico y a los cinco dominara la regla de tres. A los doce ya disimulaba una inteligencia extraordinaria, mientras su cuerpo comenzaba una transformación inexorable que manifestaría la espada que Damocles había colgado sobre su cabeza.
A María le gustaban las ciencias, las matemáticas, la física y la química, así es que cuando terminó el bachillerato se matriculó en ingeniería aeronáutica. Desde el primer día del primer curso de carrera, me llamó la atención aquella belleza suya que intentaba disimular como si le diera vergüenza. Me llevó tres años comprender que ser guapa era una seña de identidad que no le hacía ningún favor, pues contrariamente a los chicos a los que no se nos encasillaba por nuestra apariencia, ella tenía que hacer un sobreesfuerzo diario para demostrar que su físico era absolutamente independiente de su inteligencia.
Siempre fue la más brillante de la clase y sus sobresalientes calificaciones distaban a años luz del resto. Durante el último año formamos equipo para el proyecto fin de carrera. Trabajamos codo con codo y, a pesar de que era muy buena en física y matemáticas, sus opiniones no eran valoradas por el resto de compañeros varones. María superaba ampliamente mis calificaciones en los exámenes y trabajos, entendía los conceptos espaciales a un nivel que yo no era capaz. Sin embargo, a menudo veía como otros chicos pasaban de largo por su lado y se buscaban otro compañero de trabajo. Si en alguna ocasión llegaban a coincidir, eran supercríticos con ella, le interrumpían al hablar o directamente se dirigían a mí como si ella no estuviese allí. Si María se mostraba en desacuerdo con alguna de sus respuestas, en lugar de comparar ambas, como hubiese ocurrido entre dos hombres, llegaban directamente a la conclusión de que quien tenía que haberse equivocado era ella.
Cuando finalizamos, el profesor que dirigía el proyecto nos llamó a su despacho para felicitarnos y, reteniendo la mano de María entre las suyas, le dijo con paternalismo:
- Querida niña, lo has hecho muy bien.
Yo sabía que ella se moría de ganas por contestarle que cuando sobase la mano de los chicos que estábamos allí, entonces se pensaría permitirle que sobase la suya. También sabía que no le diría nada, pues no iba a poner en riesgo la nota de todo el equipo, aunque ella fuese el Alma Mater.
Al acabar la carrera, varias empresas se pusieron en contacto con la Facultad para solicitar los mejores ingenieros y solo unos cuantos chicos fueron contratados, a pesar de la mediocridad de algunos.
Estudiamos juntos, pero yo no crecí en un mundo que menospreciaba mi inteligencia y me desanimaba a dedicarme a las ciencias puras o las carreras técnicas; no fui bombardeado con imágenes y eslóganes publicitarios diciéndome que mi verdadero valor estaba en mi aspecto. No me llamaron “mandón” si mostraba mis dotes de liderazgo. No me dijeron que midiese mis actitudes para no resultar demasiado “masculina”. Por lo tanto, María y yo nunca fuimos iguales, pues antes de terminar la carrera, ella ya había sido capaz de afrontar muchas más dificultades de las que yo vaya a afrontar en toda mi existencia.
Si algún día tengo éxito, todos asumirán que es porque me lo merezco; y si lo tiene ella, pensarán que las circunstancias le fueron favorables, o incluso que se acostó con alguien para conseguirlo. Si nuestras vidas llegasen a transcender, mi biografía referirá con claridad mis descubrimientos, innovaciones y logros profesionales. Mientras que la de ella se centrará en cuestiones como su estado civil, número de hijos y el papel desempeñado en la sociedad del momento.
Antes de mi experiencia como becario en el Parque Tecnológico de Cambridge Science Park, le propuse montar un canal de YouTube sobre videojuegos aeronáuticos. Los dos trabajamos en la elaboración de los videos, pero María puso la voz y yo me encargué de la promoción y las redes sociales. Tuvimos la precaución de hablar siempre en plural, pero como la voz era femenina, la gente asumió que quien twiteaba era una chica. Entonces pude sufrir en mi propia carne ciertas actitudes despectivas, sutiles pero constantes. Nadie me dijo ningún disparate, nada extremadamente desagradable, pero noté algo en el tono con el que se dirigían a mí que nunca antes había percibido: un goteo de pequeños detalles que a veces venían acompañados de una puyita, o una referencia a la “bonita voz” de los vídeos. Yo estaba acostumbrado a que los demás hombres me tratasen con respeto, de igual a igual, pero al ser tratado como a una mujer pude sentir como me hervía la sangre ante su paternalismo. De vez en cuando me daban parabienes por mi trabajo pero, sin embargo, existía un techo que no podía superar, pues el mundo de los videojuegos es considerado como un club exclusivamente masculino y nada de lo que yo hiciese como mujer estaría nunca al nivel de los mejores en el campo. Si alguna vez me felicitaban, se les notaba sorprendidos de que pudiera hacer algo bien, y yo recordaba una escena de la serie americana Mad Men en la que un hombre asombrado del buen trabajo de una redactora publicitaria, dice: “Es como ver a un perro tocar el piano”.
Acabamos en la cafetería de aquel singular edificio y nos emocionamos al rememorar viejos tiempos en la Universidad. Agradecí a la vida la coincidencia y el haberme reencontrado con ella. Era, sin duda, el ser humano más extraordinario que se había cruzado en mi camino. Y recordando viejos agravios de los que yo mismo había sido testigo pensé que, a pesar de todo, María era una mujer privilegiada. Había nacido en un país del primer mundo, en el seno de una familia acomodada que le había dado siempre lo mejor. La naturaleza le había otorgado una inteligencia asombrosa y un físico muy por encima de lo común. Había estudiado, con el mejor de los expedientes, una de las carreras más difíciles del mundo académico y en ese momento estaba esperando formar parte del equipo de ingenieros de la NASA. Entonces me pregunté como sería la vida de las mujeres que no tienen tanta suerte. Las que son maltratadas a diario a manos de sus parejas. Las que trabajan en fábricas con salarios inferiores a los hombres. Las que nacen en países donde no se respeta su integridad física y son mutiladas extirpándoles el clítoris. Las que no tienen acceso a la educación o las que son casadas con hombres que podrían ser sus abuelos. Las que son vendidas a las mafias y explotadas sexualmente. Las que sin juicio previo son enterradas hasta los hombros y apedreadas hasta la muerte por sus padres y hermanos…
La tenía en frente después de tanto tiempo y eso ya era un lujo. No albergaba ninguna duda de que ella superaría con nota las pruebas y, aunque de mí no estaba tan seguro, posé mis ojos en sus preciosos ojos y, apelando a la complicidad que siempre habíamos tenido, le dije lo mucho que me gustaría volver a trabajar a su lado; pero ahora en Houston, lejos de nuestro pacato mundo. Su rostro se iluminó en una cascada de belleza y una sonrisa sincera surgió de sus labios sensatos, los mismos que respondían con el silencio a la provocación y la condescendencia.
Como todo lo leído tuyo, es extraordinario y tristemente una realidad. ENHOABUENA ROCIO.
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No leí tu relato cuando me lo enviaste al tlf. Odio leer en los tlf. Sin embargo, ahora . en el ordenador, ha cambiado el marco (y el tamaño de la letra) y he disfrutado. Muy tuyo. muy en tu línea de defensora de causas perdidas, o difíciles de ganar; Claro testimonio de una mujer valiente. Mi mas cordial enhorabuena, Sigue adelante y supera las pruebas porque lo mereces y porque sabes hacerlo. Un beso
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Felicidades Rocío por un relato real, duro, actual y enternecedor a la vez. Mucha suerte.
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A parte de que el relato está magnificamente estructurado y en unas pocas lineas describe lo que otros necesitarian un kibro para expresar, nos muestra la cruda realidad, la realidad de la mujer trabajadora, estudiante o profesional, siempre a remolque del hombre que en muchas ocasiones se aprovecha de su trabajo y se lo adjudica impudicamente. Como bien dijo Lennon «Woman is the nigger of te world». Una sociedad que margina a mas del 50% de su población está condenada al fracaso y a la decadencia, las tasas de natalidad así lo demuestran, y es uno de los sintomas de la desintefración de los imperios. En fin Rocio, felicidades por el trabajoy por el premio, y un pesame por la razón que tienes.
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