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Autor: Montserrat Sanz García
Aún recuerdo con nitidez el estado de nervios y excitación que sentía en mi niñez, cuando se acercaba la Noche de Reyes. Eran nervios por la incertidumbre de los regalos que podían llegar y eran nervios por pensar que SSMM los Reyes de Oriente iban a venir a mi casa con sus camellos y se iban a tomar la leche y los dulces que para reponer fuerzas de tan largo viaje, les había dejado preparados. El único requisito: había que irse pronto a la cama, porque si se les sorprendía en su visita, la magia se desvanecería.
Aún recuerdo con nitidez el estado de nervios que sentía en mi niñez durante la Noche de Reyes. Había que irse pronto a la cama, porque si les sorprendía la magia se desvanecería.
Solo un niño es capaz de sumergirse en esa magia y vivirla como algo real, porque solo un niño, por su funcionamiento cognitivo, posee ésta capacidad.
Piaget, que dedicó su vida a la investigación de la Psicología Evolutiva, esto es, a cómo nuestra forma de pensar y de concebir el mundo va evolucionando a lo largo de los años, se centró especialmente en las primeras etapas de la vida, desde el nacimiento hasta la adolescencia. Y describió los procesos cognitivos que presentan los niños pequeños.
Una de las características del pensamiento infantil, es lo que se conoce como “realismo del pensamiento”, que consiste en la indiferenciación entre el mundo psíquico y el mundo físico, entre la experiencia subjetiva de los pensamientos, deseos, etc., y los hechos objetivos con los que se relaciona, lo que le lleva a atribuir existencia real y externa al mundo subjetivo interno. En otras palabras, el niño hace real en su mente, lo que es imaginado, lo que pertenece a cuentos, historias y leyendas o simplemente productos de su imaginación. Es a éstas edades cuando aparece el juego simbólico, cuando son capaces de adoptar el rol de distintos personajes en el mismo juego (hacen de mamá y de niña, de médico y paciente…) y cuando la magia en su sentido cognitivo está presente en sus vidas.
El niño hace real en su mente lo que es imaginado, lo que pertenece a cuentos, historias y leyendas.
Evidentemente, con el tiempo, las experiencias sensoriales (que facilitan un conocimiento real y objetivo de la realidad), el desarrollo de hábitos sociales a través del juego escenificado y el desarrollo del pensamiento acrítico, o artificialismo analógico = tendencia a pensar en las cosas como creadas o construidas por los propios humanos, según un plan prefijado; de manera que muchos fenómenos naturales se suelen atribuir a la mano del hombre (un lago lo ha fabricado el hombre al echar mucha agua, por ej.) llevan al niño a objetivar el mundo que le rodea de forma progresiva, de manera que hacia los siete u ocho años, se empieza a cuestionar desde el raciocinio algunos de los aspectos que acompañan a las creencias que hasta entonces había creído “a pies juntillas”. Por ej. empiezan a preguntar como es posible que los Reyes Magos estén en todas las casas al mismo tiempo, o como no se ponen “malos” si en cada casa tienen que beber leche y comer dulces.
Con todo esto queremos decir que creer en la magia para un niño, no solo es una cosa natural y hermosa, sino que es además adaptativa, porque a través de ello el niño ancla su funcionamiento cognitivo del momento, a un suceso que le permite dar rienda suelta a su forma de funcionar. Y esto, de forma natural, se va desvaneciendo con los años.
Si forzamos a los niños a un enfrentamiento con una realidad le “robamos” una situación de pensamiento mágico.
Por ello, el forzar a los niños a un enfrentamiento con una realidad (son los padres quienes hacen los regalos) mucho menos mágica que la leyenda (Magos que venidos de Oriente en sus camellos traen regalos a todos), rompe el proceso evolutivo cognitivo natural ya que le “robamos” una situación de pensamiento mágico que primero disfruta y con el tiempo cuestiona ayudándole así a diferenciar lo real de lo soñado.
Últimamente asisto con estupor a la nueva corriente que se ha impuesto entre los padres, de destruir las tradiciones mágicas infantiles (Reyes Magos, Papa Noel, ratoncito Pérez…) por sistema. Supongo que en la creencia de que así sus niños serán más “adultos” y más adaptativos. Pero nada más lejos de la realidad. Si hay algo contra lo que no se puede ir, es contra la propia evolución de los procesos madurativos y quitarles la oportunidad de exponerse a las situaciones en que se manifieste éste proceso, lo único que les evita es la ilusión, la emoción y el entusiasmo de vivirlas. De verdad… ¿compensa?.
Llevar a los niños a espectáculos de magia, experimentos científicos, teatros o simplemente jugar con ellos y leerles un montón de cuentos y libros desarrolla en ellos la magia (aunque de por si su cerebro sea ya mágico). Celebrar esta fiesta es de hipócritas. Si eres católico porque esta totalmente desvirtuada y si no lo eres por celebrar una fiesta de una creencia que no es la tuya. Estamos empezando a pensar por nosotros mismos. Me alegro que cada vez haya mas gente que actue al igual que piensa y no se deje llevar por la tradición, religión, política…
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