¡PARA QUÉ!
Para qué sacar la miel de las colmenas,
para qué sacar toda su cera,
para qué robar el afán de las abejas…
Hay tanta hiel en esta tierra
que todas las cosechas nada se notarían;
hay tanta oscuridad conformando leyes
y dando cuerpo a miles de doctrinas
que la cera apenas daría para alumbrar una quimera.
Y es que aún queda chocolate para el loro
y toda la sopa boba necesaria,
y toda la luz «kilovatiada» que se precisa
para dar continuidad a la comodidad «artilugiada».
Y aún sobran unos céntimos para mandar, cual viaje del IMSERSO,
a Babia a millones de cerebros en viaje de recreo,
y no faltan expertos y entendidos en música de viento
venidos ex profeso de Hamelín para guiarnos a la tierra prometida.
Y aún quedan risas enlatadas y aplausos dirigidos
para hacernos divertida nuestra estancia en las tinieblas,
y en el baúl de los recuerdos aún queda sitio para guardar
muchas conciencias y algunas apariencias.
Y aún todos los Pulgarcitos podrán volver a casa
siguiendo el rastro de sus escasas migajas,
ya no hay gorriones y a los cuervos les gusta la pitanza
que cae de la mesa de los grandes señores que les crían.
Y aún los testaferros podrán pasar bajo el arco de la Ley
sin miedo a que les atrapen los imanes,
y los hombres de paja tienen asegurada una buena abrigada
en su tránsito diario a paraísos innombrables.
Y aún sobran hilos y cuerdas entre bastidores
para que nadie se salga del guión y pierda el ritmo de la danza,
aunque se permite al plebeyo combatir con una ristra de lágrimas
y con grandes dosis de fe alimentar esperanzas.
¡Para qué robar el afán de las abejas…!
TRANSITANDO CALVARIOS DÍA A DÍA.
Este pan con espinas
que me como a diario
cuesta treinta Denarios
y me sienta fatal.
Y en el Cáliz que bebo
han echado un mal vino
pues cualquiera diría
que está hecho de agraces,
me tocaron las duras
¡qué le vamos a hacer!
y para más fastidiar
ni siquiera taparon la cuba.
Y las uvas maduras
se las pisa el esclavo
al señor importante
que después de llenarse la panza
ha de echarse un buen trago
antes de descansar;
al señor que financia los clavos
que cualquier mercenario
clavará en las muñecas cansadas
del obrero cansado
que levante la frente para protestar
y señalando con dedo valiente
se atreva a decir la verdad.
Y las cruces que cuelgan
de mi libertad
llenaron mi cara
de eterna ansiedad.
Si mil veces me caigo de bruces
mil veces me sabré levantar,
soy experto en calvarios,
aunque no conozco a Verónica
y ningún Cirineo me quiso ayudar,
pero Judas me sigue de cerca los pasos
y no le puedo despistar;
de Pilatos no quiero ni hablar,
desde que tiene un escaño
ni siquiera se lava las manos
después de mear.
Sanedrines conozco a mansalva,
esa gente “tan sabia”
(presuntamente)
que les da por juzgar,
individuos de ciencia difusa
que no han visto una musa
en su puñetera vida,
que confunden calaveras con calvas
transformado las leyes en nada;
y si frente al noble burgués
es el humilde plebeyo
quien lleva la razón,
ya se encargan ellos
de ponerlo al revés;
y se van para casa y descansan
porque duermen a pierna suelta
después de joder la tortilla
al darle la vuelta;
cuando de ellos hablo
se me hinchan las venas
recordando escenas
con un falso final,
pues en mi última cena,
sin estar invitados,
los muy descarados
me robaron el pan.
Me niego a ser una víctima más
inmolada, cual Cordero Pascual,
en la fría losa de un viejo altar
donde algunos sacerdotes exégetas
o algún falso profeta
sólo ofrezcan ruedas de molino
para comulgar.
Además, me ha llegado el aviso
de que a «mi José de Arimatea»
le han echado del curro
por ser tan legal
y no tiene ni un euro
para mi funeral
(perdonadme que no os revele
donde trabajaba
por ser un secreto oficial);
no quisiera irme de este mundo
dejando deudas
por si a mis acreedores
les da por mandar a mi tumba
al cobrador del frac,
y aunque vergüenza no habré de pasar
me da pena que el pobre empleado
tenga que esperar una eternidad,
aunque sabiendo cómo trabajan,
tal vez, con tal de cobrar,
se atreviera a tocarme los huevos
en Re sostenido
(medio tono más de lo debido)
y me daba por resucitar,
si eso llegara a pasar,
aprovechando las habilidades de tal condición,
abandonaría al momento mi nicho
y apareciéndome en la barra de un bar
me pediría un café y una Magdalena
pa’ desayunar.
El Gallo del Alba.
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