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EL HOMBRE INFANTIL DEL SIGLO XXI

Autor del artículo: Miguel Castro Villar

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En 1969 Los King Crimson sacaron una canción titulada “El hombre esquizofrénico del siglo XXI”. Tal vez acertaron y ahora la sociedad – al menos la occidental – padezca cierto grado de esquizofrenia. Lo que si es cierto, y así lo corroboran sesudos estudiosos sobre el comportamiento humano, es que el hombre actual está cada vez más infantilizado.

Según algunos de estos estudiosos, parece ser que este fenómeno empezó a detectarse después de acabada la II Guerra Mundial. Los soldados que volvían a casa tras la terrible contienda, comenzaron a tratar a sus hijos de forma excesivamente condescendiente, con la disculpa de que no querían, ni por lo más remoto, que pudieran pasar por el sufrimiento que ellos habían experimentado.

Todos hemos oído, e incluso hemos dicho, eso de: “quiero que mis hijos tengan todo aquello que yo no pude tener de pequeño”. Y con esta premisa les transmitimos nuestras frustraciones: los iniciamos en el futbol, el tenis o el ballet, los apuntamos a clases de artes marciales o de música y nos hacemos “sus colegas”, con la ingenua ilusión de que ellos comparten con nosotros todas sus andanzas y secretillos. Y, cuando un día nos llama el director del colegio y nos dice: “Mire usted, su hijo – o hija –  es un “bandarra” de mucho cuidado, ha apalizado  a un compañero y lo ha grabado en el móvil, ese de última generación que usted le ha comprado. Además le hemos pillado un par de veces fumando “un porro” en el servicio”. Entonces el “padre colega”, monta en cólera diciendo que eso es imposible, que él conoce a su hijo mejor que nadie, que es un buen chico que se lo cuenta todo y que eso son infundios de los profesores que le tienen “enfilado”. Solo unos pocos se pararán a reflexionar, que, tal vez deberían haber sido menos “colegas” y más padres, a los que se les debe un respeto sin fisuras, cariñosos, pero sin titubeos a la hora de poner sensatez y mano dura, cuando las circunstancias así lo requieran y tal vez, hablarles menos de derechos y más de deberes.

Antiguamente se decía que un niño era un vago, o directamente que no valía para estudiar. Ahora dicen, “tiene déficit de atención”, así, la responsabilidad ya no es del niño – ni de los padres – es una enfermedad. Entonces recurrimos a terapeutas, coachs, y otros profesionales que nos corroboraran que nosotros no somos los culpables.

Es cada vez más frecuente en adultos que caen en alguna adicción, echar la culpa a la sociedad, así, si alguien se bebe una botella de wiski todos los días, acabará alcohólico y en vez de intentar ponerle remedio por sí mismo, se declarará enfermo y clamará para que se prohíba el alcohol o como mínimo que se prohíba cualquier tipo de publicidad sobre él. Privando así, a los que disfrutan de un par de cervezas o de un par de copitas de vino, de esa libertad. Otro tanto ocurre con aquellos que caen en el vicio del juego que piden a gritos que desaparezcan todas las máquinas tragaperras porque son enfermos de ludopatía. Y si a alguien le da por comerse un Kg. De chocolate todos los días y acaba con una obesidad y una diabetes galopante exigirá que se prohíba inmediatamente este producto, que tan feliz hace a quien lo consume con moderación. Estas personas nunca reconocerán su desidia para hacerse cargo de sus vidas, buscando todo tipo de excusas, “yo soy así porque mis padres me educaron mal”. Como remedio se quedarán en el sofá leyendo algún libro de autoestima o manual escrito por uno de estos modernos “coach”,   sin pararse a pensar, que la autoestima no se adquiere en un libro, sino que es producto del esfuerzo, del orgullo del trabajo bien hecho. La autoestima que no cuesta, que no se suda, suele conducir al narcisismo, la falta de empatía y el egoísmo, que es lo que vemos que está ocurriendo con todos estos tipos llamados “Youtubers” cuyos méritos son bastante cuestionables y un vivo ejemplo del tema que nos ocupa.

En la actualidad, cuando una pareja se decide a tener hijos, tiene que tenerlo todo bien estudiado y milimetrado. Controlarán la época del año en que quieren que nazca el niño, mirarán para ver cómo les cuadra el permiso de maternidad y paternidad e intentarán hacer al Estado cómplice de la cría de sus vástagos. De tal modo que exigirán guarderías cercanas al domicilio, colegios con horarios superflexibles e incluso que se subvencione su decisión de ser padres. Y está bien, y es legítimo, pero no deja de ser una forma de derivar hacia la sociedad la responsabilidad de una decisión que debería de ser única y exclusivamente suya.

Hubo un tiempo en que las parejas se casaban, en muchísimas ocasiones – como se solía decir – “con una mano delante y otra detrás” y en cuestión  de diez años tenían una prole de cinco o seis hijos, mas alguno “que se había quedado por el camino” que era lo más frecuente. Se echaban además a la espalda el cuidado de sus mayores – padres, madres, e incluso abuelos,-  hasta que estos fallecían. Pero aquellos hombres y mujeres estaban hechos de otra “pasta”, aquellos hombres y mujeres se enfrentaban a la vida con valentía y coraje, sin eludir responsabilidades ni acudir a “Papa Estado “para que les sacara las castañas del fuego y desde luego, no eran nada propensos a ataques de ansiedad ni depresiones.

El gran Jean-Paul Sartre, decía: “El hombre está condenado a ser libre”, pero da la impresión que el hombre moderno no está dispuesto a cargar con esa condena ¿Quién quiere ser libre? El ser absolutamente libre conlleva hacerte responsable de tus actos, enfrentarte valientemente a la vida sin culpar a los demás de tus errores y fracasos. Un peaje que no todos estamos dispuestos a pagar.

         “Busco un mundo mejor, y escarbo en un cajón, por si estuviera entre mis cosas”  (EXTREMODURO)

Un pensamiento en “EL HOMBRE INFANTIL DEL SIGLO XXI

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