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Coronavirus

Nuestro colaborador y socio de ATENEO Andrés Hombría Maté, nos remite una buena visión sobre este controvertido tema, LA CRISIS NACIONAL DEL CORONAVIRUS y que desde LA FRAGUA, anotamos algunos apuntes avalando esta excelente opinión. Opinamos que esta crisis, CIERTA, es grave pero la superaremos y visto y oído lo que los medios de comunicación nos transmiten, ESTO NO ES MADRID y por tanto, precaución, mucha precaución, no lanzar las campanas al vuelo ni acoquinarse. Seamos sensatos y en la medida de lo posible cumplamos las normas dictadas por las autoridades sanitarias.

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Autor del artículo: Andrés Hombría

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“La mayoría de las grandes epidemias de las que tenemos noticias datan de hace más de un siglo. Entonces, incluso en los países desarrollados la esperanza media de vida era de menos de 40 años. Eso se explicaba por la altísima mortandad infantil (del orden de uno por cada cuatro nacidos antes de los cinco años), por la existencia de pandemias permanentes, la tuberculosis por ejemplo, para la que no había tratamiento…y porque la mayoría de los enfermos crónicos, diabéticos por ejemplo, sobrevivían muy poco tiempo. Evidentemente las condiciones higiénicas y el hacinamiento de la mayoría más pobre eran también un factor fundamental.

Todo ello originaba una mayor insensibilidad ante la mortandad prematura. Lo que ahora es un drama impensable en cualquier familia de nuestro entorno, la muerte de una criatura antes de la adolescencia, era entonces común y, por pura ley de la probabilidad, en casi cualquier familia numerosa se había producido alguna.

Tampoco había octogenarios que hubieran sobrevivido a infartos, tumores malignos o tuvieran dificultades respiratorias serias (EPOC, por ejemplo).

En cierto sentido, la última gran pandemia que hemos conocido, y la única posterior al desarrollo de loa antibióticos es el SIDA. Quizá por la menor generalización y alcance de los medios de comunicación (no existían entonces las redes sociales) su «popularidad» creció más lentamente. Se asoció rápidamente con grupos de riesgo bien determinados (homosexuales, consumidores de heroína, vinculados al mundo de la prostitución…), lo que contribuyó a estigmatizar aún más a los afectados, pero impidió que el resto de la población  se sintiera amenazado.

Recuerdo que durante la ola de calor de 2003 yo estaba de vacaciones en Francia. Las noticias allí hablaban de millares de muertos (creo recordar que más de 7000). Mi sorpresa fue cuando llegué a España es que las cifras que se daban en nuestro país eran de menos de una docena. Tratándose de países tan próximos y con sistemas sanitarios bastante comparables no podía entender tal disparidad. Un amigo médico me explicó que la mayoría de los fallecidos en Francia correspondía a gente con salud muy frágil y que, probablemente, no hubiera sobrevivido a la gripe estacional del siguiente invierno. Aquí, simplemente, nadie se «molestó» en contarlos.

 Las características de los fallecidos por el coronavirus parecen corresponder en buena medida a las de las víctimas de la «ola de calor» de 2003: personas de edad avanzada y patologías crónicas. De hecho, a la semana de volver de nuestro viaje a Francia, quien me acompañaba en esas vacaciones  tuvo que ser ingresada por «legionella», de la que probablemente se había contagiado en Francia, y pasó una semana en la UCI. Afortunadamente (y previsiblemente) salió de ella sin secuelas, porque tenía 44 años y ninguna patología previa.

Sin embargo, nadie habló de un brote de legionella en Valladolid (sí en Poitiers, donde habíamos estado visitando a un amigo).

El riesgo de una situación como la que vivimos no es el de una mortandad generalizada, como la que produjo la (mal llamada) «gripe española» hace ahora casi un siglo. El principal peligro es el del colapso de las UCI, que impediría atender adecuadamente a las personas con las defensas dañadas: enfermos cardíacos, personas sometidas a quimioterapias o con patologías múltiples y de edad avanzada. Son colectivos minoritarios, pero que representan en su conjunto centenares de miles de personas en el país, muchos más de los que pueden atender nuestros intensivistas y nuestras UCI al tiempo. Por eso creo que la adopción de medidas de emergencia es correcta, porque reducir la velocidad de propagación es la forma de conseguir que toda persona afectada pueda ser bien atendida”.

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La peculiaridad de esta situación, totalmente nueva para la mayoría de los componentes de nuestra sociedad, por desconocida para ellos, es la del desabastecimiento de determinados artículos en los lineales de nuestros supermercados; p.e. “el papel higiénico”. Esta situación, antes no vivida en nuestro entorno y que será o estará siendo estudiada por los sociólogos, nos ha pillado con el pie cambiado y eso despista y hace que la duda anide en el público consumidor, mientras las diversas autoridades se esfuerzan en trasmitir mensajes de tranquilidad, asegurando un abastecimiento en todo momento. Pero lo que no está tan claro si “nosotros” estamos suficientemente protegidos por nuestra autoridades, con estas reiteradas afirmaciones.

En fin saldremos de ésta; lo que no está claro es cuánto nos costará será volver a alcanzar nuestro antiguo “status·socio-económico de antes de esta crisis. El tipo de políticas monetarias y presupuestarias que tome nuestro Gobierno, y en especial la respuesta de las autoridades económicas europeas será probablemente el factor determinante en la recuperación.

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