Autor del artículo: Andrés Hombría

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Sobre “Capital e ideología “de Thomas Piketty (II)
¿Más sobre la desigualdad?, se dirán ustedes. ¿Pero este hombre no nos ha contado ya el libro ese del tal Piketty hasta con las notas a pie de página? Bueno, pues no. Mi texto anterior, “Panorama sobre la desigualdad”, cubría grosso modo la primera mitad de “Capitalismo e ideología” y en cierto sentido la que creo es menos sugerente. Me gustaría contarles por qué lo creo así.
Los (buenos) libros sobre la deriva hacia una sociedad de diferencias económicas extremas son afortunadamente numerosos. También, desgraciadamente por lo que tienen de síntoma, lo son aquellos que reflejan el alejamiento de las clases trabajadoras de los partidos de izquierda y el auge de los movimientos de la extrema derecha entre las capas sociales menos favorecidas*.Lo que me parece nuevo en el libro que nos ocupa es la manera en que es capaz de relacionar ambos procesos, a la que dedica la última parte de su (voluminoso) trabajo.
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I ¿QUE PUDO SALIR MAL?
Es lo primero que uno se para a pensar cuando contempla el panorama de estos últimos 35 años. Es cierto que el progreso de las sociedades ha conocido muchos momentos de retroceso. Algunos incluso catastróficos. Los causados por choques entre grupos humanos contrapuestos (invasiones, guerras entre imperios, persecuciones religiosas) podían ser terrible aunque su efecto era limitado en el tiempo y en el espacio. Sólo las causas naturales (epidemias y cambios climáticos) pueden afectar al conjunto de la humanidad durante un largo periodo.
Afortunadamente la involución que estamos viviendo en los últimos 30 años no tiene (aún) ese carácter. Se trata más bien de lo que podríamos llamar un cambio de tendencia. Algo pues más reversible si se es capaz de identificar los factores que lo han producido y sus propios mecanismos de amplificación. De los primeros, el autor identifica fundamentalmente cuatro.
El primero que parece obvio es el fracaso del modelo soviético que de rebote ha contaminado todo proyecto político que hiciera de la defensa de la igualdad económica su propósito central. La socialdemocracia europea esperaba convertirse en el principal actor político de los países de Europa oriental tras la “caída del muro” pero no ha sido así. Por el contrario, los que en el lenguaje de la guerra fría se denominaban”países satélites de la URSS” se han convertido en países satélites de los EEUU, cuya política exterior apoyan sin fisuras y cuyo modelo económico de capitalismo salvaje copian con frecuencia en versión corregida y aumentada. Su incorporación a la UE ha inclinado aún más a ésta al neoliberalismo en lo económico y al seguidismo de las posiciones de Washington en sus relaciones con el resto del mundo.
El segundo factor que señala Piketty es la pervivencia a lo largo de todo el periodo anterior de una gran desigualdad en la distribución de la propiedad. Es decir, los sistemas fiscales más avanzados consiguieron reducir de manera notable las desigualdad de los ingresos pero muy poco de los bienes. De hecho, el único cambio significativo en la distribución del patrimonio ha sido el producido por la extensión del modelo de vivienda en propiedad en EEUU y la UE entre 1930 y 1980. Por salir del ámbito del llamado mundo desarrollado, señala que el sistema de cuotas que el Partido del Congreso (el de Nehru e Indira Gandhi) introdujo en la India para permitir la incorporación de las castas inferiores y los grupos tribales a la función pública y a la Universidad ha tenido el mismo resultado: ha mejorado la vida de estos grupos, pero ha mantenido el poder económico en las mismas manos. Igual que ha pasado en el mundo desarrollado, el cambio de tendencia ha llevado al poder a un individuo como Modi, que está acabando con los pocos avances sociales anteriores (y exacerbando el conflicto entre la mayoría hindúes y la importante minoría musulmana del país).
El tercero que señala es el poco interés que las fuerzas de izquierda han mostrado por cambiar el poder dentro de las empresas. Convencidas en su momento de que cualquier cambio real pasaba por la nacionalización, nunca intentaron extender los modelos de cogestión y de participación de los trabajadores en la propiedad de las empresas, que sólo en Alemania y Suecia han tenido cierto impacto.
Por último, señala que la universalización de la enseñanza primaria y secundaria, que tanto contribuyó a hacer a las sociedades estadounidenses y a las europeas más equilibradas, no se ha extendido a la universitaria. Ciertamente la proporción de quienes acceden a ella no ha dejado de crecer, llegando en este momento a más de la tercera parte del grupo de edad correspondiente, pero su efecto nivelador es muy escaso. La extrema estratificación de los niveles educativos superiores, más marcada en el caso de EEUU, frente a la relativa homogeneidad de los niveles primario y secundario, ha convertido la enseñanza universitaria más en un factor de refuerzo de los desequilibrios sociales que de superación de éstos. Ha contribuido además a legitimar las crecientes desigualdades salariales, proporcionándolas una coartada “meritocrática”.**
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II) IGUALDAD FRENTE A IDENTIDAD
Quizá les ha llamado la atención que el título de esta segunda parte de mi reseña no se refiera a la política a secas, sino a la “escena política”. Intentaré explicarlo.
Aunque el enunciado suene un poco cuñadil, “política es todo”. Tanto lo que en los informativos figura bajo tal epígrafe, como muchas de las cosas que aparecen en los apartados de “Economía”, “Sociedad”, “Cultura” y si me apuran hasta “Deportes” porque “Política” es todo aquello que hace referencia al poder del estado (y en el estado y sobre el estado). Por el contrario “escena política” es, por simplificar, sólo aquello que los medios informativos reflejan*** en el apartado de “Información Política”. En las sociedades democráticas, los protagonistas en ella son los partidos políticos****, que tradicionalmente se ubicaban según el criterio izquierda-derecha. La denominación corresponde a que en la Asamblea que nace de la Revolución Francesa, las fuerzas republicanas y partidarias de la abolición de todos los privilegios señoriales se situaban a la izquierda y quienes pretendían mantener la monarquía eliminando sólo su poder absoluto lo hacían a la derecha. Desaparecido el poder de la aristocracia, la diferencia entre izquierda y derecha se convierte en defensa de una mayor igualdad en lo económico frente a defensa de la integridad patrimonial de los más ricos.
Eso hacía difícil ubicar en dicho abanico a muchos partidos nacionalistas, porque el eje de su acción política no era la forma de reparto de la renta, sino el perímetro en que dicho reparto tendría que darse. Eran pues partidos identitarios: no apelaban a los ricos o a los pobres sino a los que en Srilanka se identificaban no como ceylandeses sino como tamiles (por poner un ejemplo que nos cae lejos). La “identidad” como factor diferenciador no es pues un fenómeno nuevo en la escena política. De hecho, jugó un papel crucial en la recomposición del mapa de Europa en el siglo XIX y la primera mitad del XX, y en la del mapa de África y el sur de Asia durante la segunda mitad del XX, como consecuencia del proceso de descolonización. De hecho, primero las potencias coloniales (GB en la India, Bélgica en el Congo…) y luego EEUU (Angola, Mozambique, Afganistán…) utilizaron en muchos casos tales conflictos identitarios para impedir que en los nuevos países independientes se asentaran gobiernos progresistas. En todos los casos había una base “cultural” (lingüística o religiosa) que subyacía en el conflicto, aunque, con frecuencia, a ella se solapaba una fuerte diferenciación social (en la Irlanda de hace un siglo los pobres eran católicos e independentistas y los ricos protestantes y unionistas )
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III) IZQUIERDA BRAHMÁNICA Y DERECHA SOCIALNATIVISTA
Que conste que los palabros no me los he inventado yo, sino que son los que emplea Piketty para referirse a dos tipologías de actores de la escena política (esencialmente) nuevos.
Empieza constatando un fenómeno electoral curioso, pero que se ha hecho tan común que casi no lo percibimos. El voto a la izquierda provenía tradicionalmente de los sectores sociales más desfavorecidos en lo económico y en lo cultural. Es cierto que lo primero pesaba más que lo segundo, pero hace 60 años el 10% con mayor nivel de estudios votaba a los partidos de izquierda (socialdemócratas y comunistas) un 40% menos que el resto de la población en los países escandinavos, entre un 10 y un 20% menos en los principales países europeos. En EEUU, la diferencia en el voto demócrata entre las dos mismas categorías era de un 15%. En este momento el 40% menos de voto a la izquierda entre los más favorecidos en lo cultural y el resto se ha convertido en el caso escandinavo en un 2% por encima , en los principales países europeos el 10-20% por debajo ha pasado a ser un 5-15% más. Por su parte el voto demócrata a Hillary Clinton fue un 20% más alto en el 10% con mayor nivel educativo que en el resto de la población estadounidense. La evolución en todos los casos es paralela, a pesar de las enormes diferencias de las escenas políticas de estos países. Sucede igual en países como Canadá, Australia y Nueva Zelanda.
Recordé al leerlo que en el libro de Alberto Garzón “Quien vota a la derecha” presentaba una evolución similar en nuestro país, centrándolo en el electorado de IU. Cuando leí este último, pensé que quizá la explicación era la edad: los más jóvenes tienen en media mayor nivel educativo y votan más a la izquierda. Piketty, usando los datos de los estudios poselectorales de Francia y EEUU, llega a la conclusión de que ese desplazamiento se manifiesta casi igual aunque se corrijan las curvas descontando el efecto edad. Los partidos de izquierda son cada vez más partidos de y para personas tituladas.
Un caso límite es el de EEUU, en que en las últimas elecciones Hillary Clinton obtuvo incluso el 59% de los votos entre el 10% de mayor nivel de renta. Sin duda nadie calificaría al partido demócrata como una fuerza de izquierdas, pero casi todos lo consideramos algo más progresista que el republicano. La inversión del voto de “clase social” no es aún inminente en Europa, pero la que se ha dado del voto según nivel educativo es un síntoma preocupante. Cuando el autor habla de “izquierda brahmánica” abstrae de este adjetivo su carácter religioso; se refiere a la casta que se ve a sí misma como la cabeza, como “el intelecto” de la sociedad en que vive.
El segundo término “socialnativismo” está más generalizado y es de hecho recurrente en muchos de los análisis sobre la nueva extrema derecha. Sería éste el principio inspirador de gobiernos como los de Polonia y Hungría y de los actuales postulados del FN en Francia (aunque de éste es difícil saber qué política económica haría realmente si estuviera en el poder). Aúna la defensa de servicios sociales bien dotados, pero sólo para los polacos, húngaros…de verdad, es decir blancos y de origen cristiano, con la defensa de modelos tradicionales de familia y el rechazo de cualquier forma de inmigración con un marcado sentimiento antimusulmán. El que dichos partidos aparezcan vinculados a otros, como la Liga en Italia, Vox en España, o a las figuras de Trump o Bolsonaro en las Ámericas es síntoma también de una peligrosa desviación del eje del conflicto político. En efecto, estos últimos defienden en lo económico un modelo neoliberal de libro, sin ninguno de los correctivos sociales de los primeros. El debate sobre la multiculturalidad parece estar desplazando al de la desigualdad. Reactivamente, la comunidad musulmana es en Francia y GB la que proporcionalmente más vota a la izquierda, igual que lo es la India, en que Modi personifica un compendio de las peores características de todos los nuevos reaccionarios , gobernando además un país con armas nucleares.
Quizá, para concluir este apartado, no haya mejor ejemplo de lo envenenado del actual debate político que el conflicto sobre el “brexit” y su efecto desastroso sobre el laborismo británico. De ser la punta de lanza del socioliberalismo durante los gobiernos de Tony Blair (“mi mayor logro”, en palabras de Margaret Thatcher) el laborismo británico había pasado a convertirse con la elección de Jeremy Corbyn en 2015 en la gran esperanza de la izquierda socialdemócrata en toda Europa. Hasta que llegó el referendo sobre la salida de la UE. Ignoro si el partido conservador planteo la consulta para convicción propia o porque pensaba, con razón, que la propuesta de salir de la UE obligaba a los laboristas a elegir entre el fuego y las brasas. El propósito de construir una nueva mayoría que incluyera por igual a los sectores obreros arruinados por las deslocalizaciones y los nuevos trabajadores titulados que veían en el marco europeo un entorno más favorable para su desarrollo profesional y más estimulante en lo cultural quedaba arruinado antes de haber podido concretarse. La posibilidad de un acuerdo con los nacionalistas escoceses, inequívocamente europeístas, quedaba también seriamente tocada. El dilema del brexit no ha permitido a los laboristas británicos consolidar la alianza progresista que pretendían ni les ha devuelto a la “tercera vía” de Blair: les ha instalado en una duradera perplejidad.
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IV) ¿QUE HACER?
Como comenté al principio la atención pública al incremento de la desigualdad ha crecido mucho en los veinte años que llevamos de siglo, especialmente desde la gran crisis financiera de 2008. Desgraciadamente, teníamos muchos y certeros diagnósticos y pocas propuestas terapéuticas. En muchos casos se nos anunciaba una especie de futuro distópico***** muy en la línea del tono social general que parece dominante en buena parte del mundo desarrollado. Por cierto, no tengo claro si ese pesimismo ambiental es común en otras partes del planeta. Tengo la sensación de que no es (tan) así, pero no sé de estudios serios que avalen o rebatan mi conjetura.
En cualquier caso, si algo distingue el trabajo de Piketty de otros que he leído recientemente sobre la misma temática es que en la última parte de su libro presenta un catálogo bastante concreto de acciones políticas encaminadas a retomar la senda del aumento de la equidad avanzando hacia un modelo de democracia política y económica. De hecho, el último capítulo de su libro lleva por título “Elementos para un socialismo participativo en el siglo XXI”, y uno de sus subcapítulos es “Sobre la superación del capitalismo y la propiedad privada”. Entiéndaseme bien: el autor no defiende nada parecido a un “Manifiesto comunista para el siglo XXI”. Su posición es más bien heredera de la defendida por la socialdemocracia hace un siglo: avanzar hacia una superación gradual del capitalismo en un proceso que podría llevar decenios, pero moviéndose siempre en la dirección adecuada para alcanzar dicho objetivo. En ese sentido se aleja de lo que entendemos en este momento por socialdemócrata, que es quien no pretende acabar con el capitalismo sino únicamente corregir sus injusticias más sangrantes.
De hecho, buena parte de las medidas que propone consolidan y amplían políticas que la propia socialdemocracia puso en marcha durante el siglo pasado. En particular propone volver a los tipos marginales en los impuestos de renta y sucesiones que había en los años sesenta. Propone además la introducción de un impuesto sobre el patrimonio con un mínimo exento suficiente para no ser rechazado por la mayoría, pero con un tipo marginal más alto suficiente para frenar el crecimiento desmesurado de las grandes fortunas (en algún punto aventura la cifra del 4-5 % anual).
Considera que los impuestos indirectos deberían ser suprimidos salvo aquellos que sirven para compensar “externalidades indeseables”. Se refiere en particular a los impuestos al dióxido de carbono, indicando que su carácter lineal es claramente injusto. Las tasas ecológicas deberían ser más altas para quienes emplean más los recursos contaminantes y lo recaudado dedicarse íntegramente a restaurar los ecosistemas dañados. Se refiere explícitamente como contraejemplo a la subida del impuesto sobre el gasoil del gobierno Macron, cuyo propósito era…compensar al erario público de la desaparición del Impuesto sobre las Grandes Fortunas, y que acabó provocando el conflicto de los “chalecos amarillos”.
Aboga también por la extensión de los modelos de cogestión y participación de los trabajadores en el capital de las empresas, así como en la institución de un modelo de gobierno de éstas que no se basara en el principio de “una acción, un voto”, de modo que nadie pudiera tener más del 5% del poder en las empresas pequeñas ni del 1% en las más grandes.
Entre las medidas nuevas que propone está la dotación a cada persona al llegar a su mayoría de edad de una herencia pública que le permitiera independizarse, emprender o ingresar en una sociedad cooperativa, de manera que las desigualdades hereditarias sean un poco menores. En realidad la idea no es tan nueva. Cuando el principal patrimonio era la tierra, esa dotación mínima de capital que era la asignación a cada campesino de una parcela suficiente para mantener a su familia, era uno de los principios de todo proceso de reforma agraria. Incluso el gobierno de EEUU se lo impuso al Japón ocupado y luego a Corea del Sur y Taiwan, para contrarrestar el peligro maoísta.
De igual modo, propone que toda persona tenga derecho a emplear a lo largo de su vida una especie de bono educacional, calculado a partir del gasto educativo total de los titulados de mayor grado. Eso evitaría que los recursos públicos beneficiaran en mayor medida a quienes pueden prolongar sus años de formación porque sus familias pueden proporcionarles el respaldo económico necesario para ello.
Sugiere también establecer una especie de “bono político” que cada persona pueda conceder a la organización política que prefiera, de manera que los mecanismos de financiación de éstas fueran absolutamente transparentes. Una medida complementaria de ella sería transformar los medios de comunicación en sociedades autogestionadas. Se evitaría esa forma perversa e incontrolada de promoción que los grandes grupos económicos emplean para promocionar a sus “partidos amigos”, que es asegurarles el apoyo de los medios de comunicación de su propiedad (es decir, casi todos). En última instancia, significa reconocer que en una sociedad democrática la información no puede ser una mercancía sino un bien público.
Por fin, el autor avanza una serie de ideas sobre un marco de relaciones internacionales que permita abordar de manera menos injusta dos de los grandes retos del siglo XXI: la justicia fiscal, amenazada por la existencia de territorios fiscalmente opacos, y el cambio climático. Ambos son ejemplos de problemas que por sus propias características todo el mundo reconoce que requieren soluciones globales. Se trata a su vez de dos problemas que naturalmente tienen un alcance claramente planetario. Parece pues que habría que crear órganos de legislación y control para ellos que tuvieran ese mismo ámbito global, como son los que regulan la aviación civil, el comercio internacional y muchas más actividades cuyo impacto es fundamentalmente planetario. Sin embargo dichos organismos son siempre intergubernamentales, lo que les priva en parte de la base de legitimación democrática que necesita para proponer y hacer efectivas las acciones correctivas necesarias. Propone por ello la creación de órganos representativos internacionales con plena autoridad en estas dos áreas. Dichos parlamentos estarían formados por representaciones ponderadas de los parlamentos nacionales y de representantes directamente elegidos para ellos. Sugiere además Piketty emplear el marco de la UE, con una experiencia en colaboración transnacional más asentada como núcleo de condensación de dicho proceso de mundialización.
Una crítica completa del libro desbordaría los límites de lo que pretendía ser sólo una reseña (que temo me ha quedado un poco larga). Pero la sección de comentarios está para eso : para que ustedes opinen , valoren y polemicen. Prometo responder a cada observación sobre el libro o sobre mi reseña que publiquen en dicha sección. ¡Anímense!
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Notas:
*) Por ejemplo “El viejo fascismo y la nueva derecha radical” de Miguel Urbán.
**) Recuerdo haber leído en mi (ya remota) juventud una frase de Engels que decía algo así como “Las diferencias en el cerebro no implican diferencias en el estómago”.
***) De aquella manera…
****) Aunque últimamente los tribunales de justicia parecen querer robarles el protagonismo.
*****) Un ejemplo particularmente contundente es el libro “Como va a terminar el capitalismo” de Wolfgang Streeck. Animo a leerlo, pero advierto que no es de los que tiene “final feliz”.
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