Autor del artículo: Andrés Hombría

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En agosto de 2014, en medio de la llamada “Operación margen protector”, es decir de la penúltima gran matanza del estado de Israel en la franja de Gaza, escribí en la desaparecida revista “Último cero” un artículo titulado “El futuro de Palestina escrito hace 90 años”. Cuando se produjo el anuncio de que Israel pretendía anexionar definitivamente un 30% del territorio palestino, releí aquella nota y intenté valorar cómo había cambiado la realidad del conflicto y mi visión de él desde entonces.
Como supongo que la mayoría de ustedes no leyó el texto original y los pocos que lo hicieron no creo que lo recuerden, en esta primera parte me voy a limitar a reproducirlo tal cual, sin cambiar ni una coma.
El futuro de Palestina escrito hace noventa años
:: Lunes, 11 de Agosto de 2014 ::
Entre mi anterior entrada en este blog y la actual, Israel ha vuelto a invadir la franja de Gaza y los muertos palestinos, civiles en su mayoría, son ya casi mil quinientos… Como era previsible EEUU y la UE han avalado “el derecho de Israel a defenderse”, pero es cada vez más evidente la sensación de incomodidad que les provocan las iniciativas de Netanyahu.
Retrocedamos en el tiempo poco más de noventa años. En el movimiento sionista aparece una fracción nueva, llamada “sionismo revisionista”, a la que se adscriben el Likud y los otros partidos de la actual derecha israelí. Su “texto fundacional” es un opúsculo de Zeev Jabotinsky (nacido Vladimir Yevgenievich Jabotinsky), que se tituló en ruso “O yeleznoi stienoi”, es decir “Sobre el muro de hierro”, aunque en castellano se suele llamar “La muralla de hierro”.
En él Jabotinsky se opone a los sectores “progresistas” del sionismo, a los que fabricaron la mitología de los kibbutz y crearon el partido laborista. Éstos defendían (en 1923), que la creación del “hogar nacional judío” podía hacerse por persuasión de la población local a la que los inmigrantes de Europa y América traerían las ventajas del progreso y/o a través de una negociación con los gobernantes jordanos, árabes o egipcios. Afirmaba Jabotinsky que todo proceso colonial había sido resistido por la población indígena y que nada hacía suponer que el caso de Palestina fuera a ser diferente. Deduce pues que la fundación de Israel va a ser un proceso violento, en la que su población original va a tener que ser sojuzgada. Se permite incluso una digresión sobre la moralidad de su propuesta, que resuelve con una lógica incontestable: puesto que hemos decidido que el proyecto sionista es justo, lo es todo lo necesario para llevarlo a buen puerto. El texto es breve y consultable en decenas de webs sionistas; no se trata de ningún texto conspiranoico difundido por antijudíos, sino del escrito más famoso de Jabotinsky, que es el personaje sionista que mayor número de calles, plazas, escuelas…tiene dedicadas en Israel. No me resisto a transcribir el último párrafo
“Soy optimista de que ellos [los “árabes”] acabarán brindándonos tales garantías y que ambos pueblos, como buenos vecinos, podrán vivir en paz. Pero el único camino para llegar a ese acuerdo es el muro de hierro, es decir, el fortalecimiento en Palestina de un gobierno sin ningún tipo de influencia árabe, es decir, un gobierno que combatirán los árabes. En otras palabras, para nosotros la única senda que conduce hacia un acuerdo futuro es el rechazo de cualquier intento de acuerdo presente”
Es difícil describir mejor lo que ha sido la base de la política israelí desde 1948 hasta hoy:”la única senda que conduce a un acuerdo futuro es el rechazo de cualquier intento de acuerdo presente”, a la manera de la mermelada que ofrecía a Alicia la Reina de Picas: “hoy no, mañana sí”.
Sorprendentemente las condiciones que Jabotinsky ponía para ese “acuerdo futuro”, llevan dándose más de veinte años. Desde la guerra del Golfo, la mayoría de los palestinos sabe que la existencia de Israel es ya inamovible. Desde la caída del bloque soviético EEUU intenta-tímidamente- empujar al estado sionista a que acepte algo que al menos se parezca a un estado para los palestinos.
Durante años el rechazo israelí me pareció incomprensible. Obtener el aplauso universal por permitir la existencia de un “bantustán”, sin ejército ni unidad territorial, en el que dormirán tus trabajadores peor pagados y que deberá ocuparse de ofrecerles escuelas y hospitales es sencillamente el sueño de cualquier ocupante colonial. Empecé a entenderlo tras leer el libro, que recomiendo vivamente, “Historia judía, religión judía”, de Israel Shahak. Nacido polaco, escapado de la barbarie nazi, emigra a Israel, dónde se convierte en profesor de Química en la Universidad Hebrea de Jerusalén, activista de los derechos humanos y convencido antisionista. La imagen que en el libro da de aquel país, es muy distinta de la que transmiten los corresponsales extranjeros, que, en general, hablan y leen en inglés.
Shahak argumenta que, para una parte de la población israelí, la vinculada a la derecha religiosa, permitir la existencia del Estado Palestino, por muy inofensivo o incluso funcional que pueda resultar para Israel, es aceptar un estado “gentil”, es decir pagano, en parte de la Samaria y la Judea que Yaveh entregó a nuestros antepasados hace…póngase los siglos que se quiera, que ya se sabe que la historia sagrada se rige por sus propios patrones cronológicos. Y para un sionista revisionista, v.gr. cualquiera de los actuales miembros del gobierno de aquel país, devolver Cisjordania a los “árabes”, como dicen para referirse a los palestinos, es darles un rayo de esperanza…que es exactamente lo que Jabotinsky desaconseja.
Pero la clase política israelí no es idiota. Sabe que, por muchos rabinos que lo pidan, no pueden echar a dos millones y medio de palestinos de Cisjordania. Intentarlo costaría meses, decenas de miles de muertos (palestinos) y decenas de soldados israelíes muertos…y provocaría un vuelco en sus relaciones con EEUU.
Por eso la política exterior israelí desde el fin del bloque soviético ha entrado en una senda errática. Nunca tuvo escrúpulos, pero ahora carece además de propósitos alcanzables. Mientras intenta encontrar la salida del laberinto, su clase política se esfuerza en incrementar las tensiones y agudizar conflictos en la zona, convencida de que la guerra fría es el ecosistema al que Israel está mejor adaptado. La gran habilidad táctica de sus dirigentes, y el enorme poder del lobby sionista en EEUU, les ha permitido “ganar tiempo” durante veinte años, pero no está guiado por un sentido estratégico discernible. La atmósfera de exaltación patriótica reinante, amplificada por la masiva inmigración de judíos ultranacionalistas que llegaron de la antigua URSS hace una década, ha tapado las voces de los “sionistas sensatos” y marginado a los laboristas. La acción exterior del país se rige por el principio de “cuanto peor, mejor”.
Los gobernantes norteamericanos y europeos tienen que marcar una frontera, física y política, que permita la existencia de un estado palestino creíble: la que marca las resoluciones de la ONU. No será una solución justa, no reparará el sufrimiento palestino pasado, pero abrirá a aquel pueblo un futuro menos doloroso. Si “Occidente” sigue consintiendo las tropelías israelíes, no sólo está pisoteando los derechos palestinos, sino que está alimentando un proceso de consecuencias imprevisibles: que un país de ocho millones de habitantes se convierta en el mayor peligro para la paz mundial.
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